Pero no nos confundamos. El régimen no es un sujeto, sino un marco institucional, unas reglas de juego, que genera privilegiados y perjudicados. Y esos privilegiados operan, de múltiples formas y rara vez con principios éticos, para que nada cambie. No podemos olvidarnos de que las cloacas del Estado, los lugares donde se gestiona la información más sensible, también son espacios de batalla política. Y que los medios de comunicación privados son eso, privados; y sus propietarios, a menudo grandes empresas, están muy lejos de querer una transformación real en nuestro país. Qué decir de los millonarios que son al mismo tiempo accionistas de grandes empresas y de medios de comunicación, con fuertes nexos en partidos políticos. No es una conspiración, simplemente son negocios.
Cada sujeto defiende sus intereses, y los distintos intereses particulares de los privilegiados casan en el interés general de defender el régimen del 78. Las razones para esa defensa rara vez son ideológicas. La comodidad de las subvenciones, de los contratos con el Estado, de una cultura política caciquista pero estable y predecible… hay muchas razones por las que las élites de nuestro país prefieren que el régimen siga siendo el que es. Obsérvese, han podido saquear el país regalando dinero a sus amigos y recortando en la vida de los trabajadores sin que, aparentemente, nada haya pasado. En suma, es natural que vean un riesgo en las posiciones rupturistas que mantenemos.
Esto no es nada nuevo. En la historia del comunismo español y de IU lo conocemos muy bien. Las élites económicas han maniobrado siempre para hacer la vida imposible a quienes sostienen posiciones rupturistas. O, lo que es lo mismo, para alimentar las posiciones de orden dentro de nuestra organización. A Santiago Carrillo, que aceptó el rol de izquierda del régimen, le perdonaron todos sus pecados de juventud. Hoy hasta el PP lo reivindica como figura. Lo mismo sucedió con Nueva Izquierda, la corriente interna de IU que se oponía a Julio Anguita y que terminó casi íntegra en el PSOE. Y hace menos nos sucedió cuando intervenimos en la federación Madrid, que tenía una dirección corrupta y en la que muchos de sus líderes se turnaban en el palco con la oligarquía madrileña. Por cierto, algunos de esos expulsados ya piden públicamente el voto para el PSOE. En todos esos casos no pocos medios de comunicación construyeron relatos favorables a esa izquierda de orden. Y, naturalmente, contrarios a los representantes rupturistas. Los exiliados por el franquismo que se oponían a Carrillo eran unos radicales; Julio Anguita era un radical; la nueva dirección de IU es una radical… donde radical está connotado negativamente, como contrario al orden. Recordemos que Susana Díaz justificó la ruptura del acuerdo con IU por el «giro radical» que habríamos dado Maillo y un servidor. El régimen puede tolerar, y de hecho lo promueve, una izquierda que respete sus reglas; pero no tolera, no puede, una izquierda rupturista. Y aquí rupturista significa, permitidme la obviedad, ser consecuente con nuestras ideas; coherente con nuestros discursos y retórica. La izquierda de orden es aquella que decora sus discursos con grandilocuentes llamadas al socialismo para luego llevar a cabo prácticas ridículamente posibilistas y moderadas.
No obstante, la singularidad del momento actual se deriva de que históricamente las posiciones rupturistas en nuestro país siempre han representado un limitado espacio electoral, casi anecdótico. Sin embargo, ahora a los privilegiados les tiemblan las piernas cuando ven que el espacio político de Unidos Podemos está por encima del 20% de apoyo electoral. Por eso han actuado para evitar que tuviéramos influencia en un Gobierno, descabezando para ello incluso a un secretario general del PSOE. Es obvio, y hasta diría legítimo: van a hacer todo lo posible por fragmentarnos y por hundirnos. Cuando dispongan de información que pueda ser usada de forma tóxica, la usarán; cuando no la tengan, tratarán de hacer mella en nuestra imagen pública.
En el fondo, y esto es también relevante, estamos hablando de una expresión más de la lucha de clases. Puesto que la victoria bien de la izquierda rupturista bien de la izquierda de orden tiene implicaciones directa sobre las condiciones de vida de las clases populares y de las clases pudientes. El escenario político se presenta prometedor para la izquierda rupturista, pero no parece que vaya a ser una batalla fácil ni tampoco limpia.