Vivimos una crisis de régimen que es, además, expresión de una crisis del sistema económico capitalista. Sin embargo, en el tiempo que viene durando esta crisis sistémica aún no hemos logrado construir una alternativa política y económica desde la izquierda. Por un lado, las huelgas generales iniciadas en 2010 no lograron detener las reformas laborales, si bien contribuyeron a la extensión de cierta conciencia de clase frente a la agresión neoliberal que consistía en hacer recaer sobre las rentas del trabajo el coste de la crisis. Por otro lado, las movilizaciones del 15-M, con claros rasgos de espontaneidad, han sido fenómenos heterogéneos más de indignación y frustración que de conciencia de clase, mientras que su posterior cristalización electoral ha permitido modificar el sistema de partidos tradicional sin que ello haya supuesto un cambio real en la correlación de fuerzas entre clases en España.
Pero la crisis económica no sólo ha puesto encima de la mesa los problemas del sistema político sino también el agotamiento del régimen de acumulación capitalista en España. El modelo de precariedad, absolutamente normalizado por las reformas laborales de las últimas décadas, se ha convertido en permanente y necesario para un modelo productivo basado en los bajos salarios y en la temporalidad. Este hecho no es gratuito ni azaroso sino que tiene su razón de ser en el papel periférico y subalterno de la economía española en el contexto de una Unión Europea dominada por el neoliberalismo y de un sistema-mundo globalizado en el que la competencia internacional empuja las condiciones laborales a salarios de mera subsistencia. Por eso la crisis política es expresión de la crisis del sistema económico.
Como decíamos, todos estos procesos han incrementado la frustración y la indignación de sectores sociales cada vez más amplios. Ello ha sido causa de importantes movilizaciones sociales en los últimos años así como de un novedoso y volátil comportamiento electoral. No obstante, esta creciente indignación y frustración es generalmente de carácter superfluo y no consciente. El movimiento obrero y sus organizaciones han sido, hasta ahora, incapaces de convertir esa rabia creciente en un sujeto político y social capaz de combatir el neoliberalismo y de construir una alternativa económica y política. He aquí nuestra tarea, precisamente, como parte del movimiento obrero.
Tras un número importante de convocatorias electorales, y tras constatar que más allá de nuestro notable avance institucional seguimos bajo el dominio de las políticas neoliberales y del marco del régimen del 78, nuestra misión de construir una alternativa socialista sólo será posible si ponemos en marcha un plan estratégico y de acción coherente con los diagnósticos y objetivos planteados colectivamente.
Durante muchos años los documentos de nuestra organización, incluyendo los documentos asamblearios, han denunciado el carácter burocrático y de partido político clásico que tomaba nuestra organización. Aunque a simple vista pudiera parecer que esto se refiere sólo a un problema de forma, de procedimientos, hemos de recordar que la estructura de cualquier organización está íntimamente relacionada con el contenido de la actividad política de dicha organización. De tal modo que los problemas organizativos son también problemas políticos, y viceversa.
En efecto, la causa política de esta denunciada deriva puede encontrarse en la prevalencia de la tesis según la cual el régimen político del 78 es válido y, de hecho, más que un puente para construir el socialismo1. Nosotros negamos esta posición. La crisis económica actual ha puesto de relieve todas las deficiencias y déficits de la transición, y ha demostrado la necesidad de poner en marcha un nuevo proceso constituyente dirigido desde abajo y que adapte las instituciones a un nuevo proyecto de país basado en la ideología socialista.
Ello tiene implicaciones fundamentales para nuestra organización. Si el actual orden institucional no es la plataforma desde la que construir el socialismo, entonces sólo cabe la ruptura democrática, es decir, la impugnación del sistema político al mismo tiempo que la impugnación del sistema económico. De este modo, el parlamentarismo y la actividad institucional se convierten no en fines en sí mismos, como hasta ahora la inercia organizativa habíamos fomentado, sino en un instrumento más para extender la conciencia de clase. Eso supone emplear nuestra presencia institucional como voz de denuncia de los propios límites del sistema parlamentario actual, y como altavoz de la opresión y explotación a la que el sistema económico en su conjunto sume a la clase trabajadora. Significa asimismo concebir el programa no como reducible y simplificable a iniciativas ya sean parlamentarias o municipales sino como proyecto político que va más allá de las actuales configuraciones institucionales.
Nuestra organización ha pecado, además, de no ejercer por parte de los dirigentes un ejercicio de rendición de cuentas ante la militancia. Además hemos interiorizado y practicado las peores formas del parlamentarismo en el propio seno de la organización, con la existencia de cupos, familias o corrientes pactando en virtud de su posición de fuerza cuantitativa y no a partir de debates ideológicos. Por esa razón, es momento de iniciar métodos y prácticas nuevas que den voz y poder de decisión a la militancia, al mismo tiempo que permitan adaptar nuestra organización a los contornos de un movimiento político y social.
Precisamente, el objetivo que nos hemos marcado en Izquierda Unida ha sido el de contribuir a construir un nuevo movimiento político y social. Esto es así porque entendemos que nuestro país requiere un nuevo proyecto, nacido de la ideología socialista, que sólo podrá poner en marcha una organización caracterizada por la radicalidad democrática y por su capacidad de ser conflicto social. Con esto último nos referimos a la construcción de tejido social consciente, cosa que no se puede lograr desde simples discursos o iniciativas institucionales sino que requiere la presencia cultural de nuestra organización en cada conflicto social derivado de la dinámica capitalista. En suma, nuestra militancia tiene que ser capaz de estar presente, y de hecho ser, el conflicto, pero no para captar votos sino para explicar las causas reales y científicas del conflicto mismo. Para generar subjetividad socialista.
De ahí que debamos dar enorme importancia a la formación teórico-cultural o, si se prefiere, ideológica. ¿Cuántos dirigentes y militantes de nuestra organización son capaces de explicar las causas –y la compleja red de interrelaciones causales- del desempleo, de los desahucios, del rescate bancario o de las estafas preferentes a partir de un lenguaje sencillo y asequible a toda la clase trabajadora? En efecto, no se trata tanto de estar informado al instante de las noticias de coyuntura y del teatro parlamentario sino de tener la capacidad de sumar a la causa a quienes sufren diversos modos de explotación sin aún saber quiénes son los responsables últimos de ese sufrimiento. Ese es el rol otorgado a nuestra militancia y, particularmente, a nuestros dirigentes, a saber, el de la combinación de denuncia y explicación de la explotación en sus múltiples formas desde el punto de vista socialista.
En la construcción de un nuevo movimiento político y social lo relevante es el proyecto político que se busca desplegar, no tanto la suma cuantitativa de actores que lo conforman. De ahí que para nosotros no sean relevantes las disputas orgánicas en el seno de los partidos y movimientos aliados sino más bien el proyecto político que, en su conjunto, cada organización aliada defiende. Ese es el punto clave en el que nosotros debemos centrar la atención. Eso no significa que no nos preocupen aquellas derivas en la izquierda que fetichizan los discursos hasta desconectarlos de cualquier base material o aquellas otras que tienden a refugiarse en la marginalidad autorreferencial de la liturgia y la autocomplacencia, pero sin lugar a dudas no pueden desviar nuestra atención de lo importante.
Finalmente, hemos de expresar que no es posible enfrentar una crisis del sistema económico y de la propia globalización neoliberal sin atender al espacio económico y político internacional. De ahí que tengamos la obligación de mejorar nuestra capacidad de informarnos e influir sobre los fenómenos y procesos políticos internacionales, particularmente de aquellos de los que puedan extraerse conclusiones relevantes para nuestra organización y para nuestro propio proceso.
Con objeto de no hacer muy farragoso el presente plan de acción, que desarrolla en actividades prácticas los documentos asamblearios aprobados en la XI Asamblea, así como para facilitar su debate en los órganos, hemos organizado el documento a través de esquemas simplificados de objetivos. Cada responsabilidad tiene asignados una serie de objetivos generales (ordenados por números), específicos (ordenados por letras) y operativos (ordenados por números romanos) que reflejan desde el marco general de su actividad hasta la actividad concreta que habrá de realizarse. Son precisamente los objetivos operativos los que pueden medirse a través de indicadores y que serán de enorme importancia para evaluar el propio trabajo desempeñado.
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