Artículo de opinión
Estoy cansado de escuchar a izquierda y a derecha, a siniestra y a diestra, a carpetos y vetones, a morados y naranjas, a corruptos y a honrados, a machos y a hembras, a niños y abuelos eso de que hay que respetar las decisiones judiciales. Qué cojones de decisiones judiciales, si un elevadísimo tanto por ciento de nuestros jueces son unos zafios. Habrá que decirlo alguna vez, mis adorados trolls. Nuestra judicatura es zafia, clasista, machista, meona, lacaya, heredada y escasamente atenea y venusina. Dejémonos de monsergas y asumamos que nuestra corrupción no es culpa de unos chorizos, sino de los jueces que nunca los han perseguido.
El asunto de La Manada, la sentencia, ha predispuesto a la calle a una respuesta muy virulenta y apasionada, como si fuera la primera vez que nuestros jueces adoptan decisiones no solo incomprensibles, sino irracionales, estúpidas y hasta delincuenciales. Una togada que sentencia a un chaval aceitunero que se ha disfrazado de Cristo en Instagram, es una delincuente. El Código Penal es interpetrable. La ética y la humanidad no lo son. La poesía también es interpretable. “Me gustas cuando callas porque estás como ausente”, decía Neruda. Pues por eso darle una hostia a una tía para que cierre la boca y dejarla ausente en el suelo no es violencia, sino poesía, interpretarán nuestros jueces. Lo decía Neruda. Te quedas como ausente. Callada. Cuánto amor, que mata.
Todos los periódicos, los rancios y los nuestros, estamos coincidiendo en un exceso de respeto hacia el poder judicial. Yo siempre respeto las decisiones judiciales, decimos todos con enorme grandilocuencia y no menor alcurnia. Como si los jueces, en España, ya no nos hubieran demostrado que son el puto cáncer de esta mierda de país. Por decirlo muy fino. A veces propendo a lo poético, pero es sin querer. Si nos ponemos a mirar de un tiempo a esta parte, yo creo que las sentencias de nuestros jueces invitan a pensar que, para tener una sociedad más justa, quizá tengamos que ordenar un sistema en el que los delincuentes juzguen a los jueces. Sería un mundo más justo, que es por lo que luchamos los politoxicómicos, esos raros seres honestos y pelín mitológicos.
Este caso de La Manada se ha vuelto muy intelectual, pues hay coños, penes, bocas, culos y prepucios. O sea, la crítica de la razón práctica en lo oscuro de cinco tíos en un portal. Y unos jueces dicen que no hay violación. Yo iría directamente a darles por el culo, a los jueces, para que supieran, pero es que yo ya estoy mayor para tanta algarabía. O no.
El problema es que en este caso todos, jueces, hemos visto el vídeo; todos, jueces, hemos leído la quedada en las redes de estos violadores antes de pillar a su presa; y colgaron su hazaña en assbook, o como se llame esa cosa, y todos sabemos que están incluso en otro jucio por temas similares. Unos angelitos. El problema de nuestros jueces es que se visten como putas, con faldas, y por eso los debemos violar. Como hacen ellos con nuestra gente.
Leo esto en El Mundo, páginas nobles, tercera de opinión: “LA SENTENCIA a ‘La Manada’ de sólo abuso sexual (compadecible con los hechos del expediente: fuera del mismo no hay ni debe haber vida inteligente) ha levantado la ira de esa parte de la sociedad que odia a la mitad de la población por razón de sexo. De sexo masculino, concretamente. «No es abuso, es violación» y «Yo te creo» claman entre vestiduras rasgadas aquellos que no estuvieron presentes la penetrante noche de autos ni, la mayoría, siquiera en el aséptico y contradictorio procedimiento sobre los actos. Esta opresión moral, libérrima expresión oralizada, está amparada por nuestro poco militante ordenamiento constitucional. Como quemar efigies del rey. O promover la partición del Estado. Para que el calcetero sea sólo un ladrador poco mordedor: la libertad frente a toda coacción, la de Stuart Mill, la que oprime la opresión“.
La “penetrante noche” y la “libérrima expresión oralizada”. A la mujer violada le tiene que hacer mucha gracia tan exquisita poesía. Y al autor de tales gracias, que en El Mundo se disfraza bajo el pseudónimo Tadeu, le daría yo penetrante noche y libérrima expresión oralizada, entre cinco, a ver si le quedaban boca y culo para defecar otra falacia así. Siento haber sido tan bruto, oh trolls. Pero es que aun me queda un poquito de alma. De pudor. De amor. De ti. De algo.
Escrito por Aníbal Malvar
Aníbal Malvar es periodista y escritor. Su última novela es "La balada de los miserables" (Akal, 2012)
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Publicado en diario Público.es