Terrorismo y racismo, dos males a combatir con un mismo medio

«El modo decisivo en que calan ciertos mensajes entre masas incautas repletas de prejuicios, es la primera victoria del terrorismo yihadista sobre sus enemigos».
«Terrorismo yihadista y racismo islamófobo son dos males que se retroalimentan a los que quizá quepa combatir con armas parecidas».
«Los que jalearon las intervenciones en Afganistán, Irak, Libia y Siria son los mismos que ahora abolirían las libertades constitucionales para perseguir a los terroristas».
Sebastián Martín
Por muy aislado del mundanal ruido que se haya estado en este agosto de sangre y calor, pocos habrán dejado de recibir, sea por Whatsapp, Facebook o Twitter, mensajes cargados de odio e ignorancia a partes iguales. Que si la «solución al problema moro» es «cerrar mezquitas», «quitar subvenciones», «eliminar pisos gratis», practicar «deportaciones» y «¡comidas, las nuestras!». Que si en la Rusia de Putin o en la Holanda actual, para evitar su autodestrucción, han dejado por fin de reconocer la libertad religiosa a los musulmanes, imponiéndoles la asimilación a las costumbres rusas o a los «valores fundamentales holandeses». Que si Europa tiene «diez millones de problemas», todos y cada uno de los musulmanes que viven en ella, inasequibles a la ilustración y con la misión congénita de descomponer desde dentro la civilización occidental…
La extendidísima difusión de este tipo de mensajes por parte de los «cuñados» de turno, el modo decisivo en que calan entre masas incautas repletas de prejuicios, son la primera, principal victoria del terrorismo yihadista sobre sus «enemigos». ¿Por qué? Porque sacuden hasta debilitarlos los pilares que debieran definir la identidad moderna europea, que no son otros que la igualdad, la democracia y las libertades, incluida en lugar destacado la religiosa. Resulta irónico que sean precisamente quienes se postulan como defensores aguerridos de la «identidad occidental» frente a la «amenaza islámica» los que más y mejor colaboran, en el plano cultural, con el fin terrorista de subvertir el orden de creencias sobre el que venía asentándose Europa. A un fenómeno consecuencia del fanatismo responden sembrando una fanatización de signo inverso, que solo puede provocar un desastre aún mayor que el que pretenden remediar.
El integrismo nacionalista, el odio al diferente y el sacrificio de derechos que muchos parecen dispuestos a abrazar ante el desafío terrorista constituyen un primer gesto de derrota
Conforman el caldo de cultivo adecuado para regresiones autoritarias, invocaciones a nuevos «cirujanos de hierro» y políticas de seguridad contrarias a las libertades más básicas. Si el terrorismo internacional pretende de algún modo destruir los logros políticos de los países europeos, no hay mejor modo de contribuir a ello que alentando estados de excepción permanentes o nuevas dictaduras de base nacionalista donde no se reconozcan los derechos actuales.
Terrorismo yihadista y racismo islamófobo son dos males que se retroalimentan a los que quizá quepa combatir con armas parecidas. La más potente y decisiva acaso no sea otra que la educación. El imperio del prejuicio conduce a percibir las culturas ajenas como un todo homogéneo definido por unos pocos atributos, con frecuencia malvados. Cada vez se hace más evidente la insuficiencia de una instrucción escolar de marco nacional para comprender nuestro mundo global. Urge contar con un mínimo de cultura histórica, sociológica, política y religiosa que permita acceder a la heterogeneidad interna del mundo islámico, y que capacite para distinguir sus lecturas más beligerantes y excluyentes y valorar sus corrientes más laicistas, democráticas y aperturistas. No hay mejor antídoto contra el fanatismo que la cultura que nos consiente aprehender la complejidad.
Pudiera pensarse que semejante salida supondría repristinar el despotismo ilustrado. Y bien es cierto que las muestras de racismo que hemos contemplado son independientes del grado de cultura de sus emisores. Pero caeríamos en el autoengaño si pensásemos que buena parte de las capas populares no son especialmente proclives a comprar estos discursos maniqueos. No lo son por incultura, sino porque justo a ellas les toca soportar de cerca los efectos materiales de una política de inmigración con deficientes cotas integradoras. La excesiva proximidad a los flancos más problemáticos de la inmigración, de la criminalidad a la marginación, de los males del gueto a las consecuencias del infraempleo y la explotación, lleva, como un resorte, a culpar al «extranjero» de los males que causan las circunstancias en las que vive.
Si en lugar de haber alimentado a los sectores más fundamentalistas por razones geoestratégicas se hubiese optado por las fuerzas más laicas nos encontraríamos en otro escenario bien diverso
Una mayor educación sobre el particular atendería ante todo a tales circunstancias y permitiría comprender mejor las razones que han empujado a los últimos y masivos movimientos migratorios. Con ello, cabría inspirar otra política de «extranjería», pero, sobre todo, otra política exterior, más guiada por el objetivo de la cooperación humanista que de la hegemonía económica. Desconectar el auge mundial del terrorismo yihadista de la política internacional seguida por las potencias occidentales en Oriente Medio supone ocultar el nexo que vincula la causa con su efecto. Si en lugar de haber alimentado a los sectores domésticos más fundamentalistas por razones geoestratégicas se hubiese optado por impulsar a las fuerzas más laicas, participativas e igualitarias, nos encontraríamos seguramente en otro escenario bien diverso. Como muestra añadida de las sinergias que se dan entre este terrorismo y la islamofobia derechista, no es casual que aquellos que jalearon las intervenciones ilícitas en Afganistán, Irak, Libia y Siria sean los mismos que ahora abolirían las libertades constitucionales para perseguir a los terroristas.
Porque perseguirlos y hacer que respondan ante los tribunales es tarea obligada. No basta ya solamente con prevención cultural y educación global, en efecto. La prevención policial y la represión penal se han tornado inevitables para combatir el terror. Pero si estos recursos se enmarcan en el Estado nacionalista, autoritario, excluyente y punitivo que algunos parecen reclamar, no solo se habrán cumplido los propósitos destructores del terrorismo, sino que comenzaremos a ser víctimas de nosotros mismos. Es por eso de agradecer que, salvo cuatro disparatados con resonancia mediática, ninguno de nuestros dirigentes, ni siquiera los de centro-derecha, hayan dado pábulo a este tipo de exabruptos populares.
Escrito por Sebastián Martín

Publicado en cuartopoder.es