- La ira, o simple frustración de la gente, suele surgir más cuando la economía se recupera que durante las crisis
- La recuperación económica y su desigual efecto en la sociedad alientan todo tipo de protestas, por eso es necesario llegar a un nuevo contrato social
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La ira, o simple frustración de la gente, suele surgir más cuando la economía se recupera que durante las crisis, quizás debida al factor miedo durante la época baja, o al ansia de compartir los frutos del nuevo crecimiento económico en la de alza. España se está llenando de reivindicaciones materiales, desde los pensionistas a las mujeres por la igualdad en la paga (aunque esta última empezó con la globalización del #MeToo), a los taxistas frente a servicios llamados colaborativos como Uber, entre otros, o los estibadores que afrontan el reto de la automatización. Y esto ha cogido a buena parte de la clase política -el Gobierno para empezar- a contrapié. Varias encuestas demuestran que a lo largo de 2017 la percepción por los ciudadanos de la situación económica ha empeorado y es ampliamente mayoritaria. ¿Qué ha pasado? Pues para empezar que los frutos del crecimiento económico no están penetrando por igual en toda la población.
Una subida de las pensiones de 0,25% puede resultar psicológicamente más irritante e insultante -pues muchas veces se traduce en dos o tres euros al mes- que una congelación. Más aún cuando la economía ha crecido en 2017 un 3,1% y el Banco de España prevé un crecimiento del 2,7% en 2018. Los funcionarios se han visto otorgado un incremento salarial que puede llegar a un 8% en tres años. Mucho se habla de vincular el aumento de las pensiones al IPC. Pero también habría que vincularlo al crecimiento de la economía y de la recaudación de impuestos (que podría ir a menos si no se toman medidas), no sólo a la contribución de los trabajadores al mantenimiento de las pensiones. En todo caso, los pensionistas han descubierto su peso demográfico (creciente en por el efecto del baby boom de antaño que esta entrando en esta clase), su capacidad de movilización, y los nuevos medios para lograrla con los que ahora cuenta a través de las redes sociales y servicios de mensajería en sus móviles pues ha llegado a la jubilación una generación que los sabe usar muy bien. Lo material también está en red. Siempre lo ha estado. Incluso en la economía de lo intangible.
Las pensiones preocupan no sólo a los pensionistas, sino a los que quieren garantías de que podrán cobrarlas cuando les llegue el momento, mientras se preocupan por su trabajo -la idea de empleo está siendo sometida a revisión- y sus ingresos. Cabe recordar cómo hace unos años los jóvenes se lanzaron a calle en Francia para protestar contra la elevación de la edad de jubilación de los 60 a los 65 años (es Francia), y en aquellas manifestaciones se vieron carteles del tenor “¡Queremos vivir como nuestros padres!”. Mayo del 68 había quedado lejos.
Otros ejemplos podrían servir, y se van sumando. Las reivindicaciones de los funcionarios estatales para equiparse en paga a los autonómicos es material y razonable, pero cuestiona plenamente el funcionamiento del Estado de las Autonomías.
Aunque hay mucha reivindicación salarial, no todo lo es, aunque sea material. En Inglaterra, los que trabajan para Uber o Deliveroo han ganado en los tribunales el derecho a que se les considere empleados por estas plataformas. La economía de las plataformas es imparable, pero ello no implica barra libre.
Las reivindicaciones más ideológicas no han desaparecido. Incluso algunas han surgido a rebufo de la crisis material. El 15 M en 2011 lo fue de una parte de la población, y especialmente una parte de una generación joven, frustrada ante sus expectativas de futuro (y de presente). Las manifestaciones feministas del 8 de marzo tenían parte de esas otras cargas de otro tipo (aunque la protección frente al miedo físico sea muy material). Y han proliferado las manifestaciones pro-España, o independentistas en torno a la cuestión catalana. Fue, sin embargo, significativa la ausencia de banderas -unas u otras- en la manifestación feminista del 8 de marzo en Barcelona, quizás porque los partidos políticos habían quedado al margen de su organización. Las manifestaciones a favor de la prisión permanente revisable son otro ejemplo ideológico.
Lo material vuelve como reivindicación (lo que no significa que lo ideológico o lo post-material se haya abandonado, ni haya que confundirlo con la obsesión por “las cosas”, por el consumismo). Mucha gente ha sufrido mucho con el desempleo masivo y la devaluación interna de la crisis. Y crece la sensación de disrupción del modelo existente por el impacto negativo en algunos colectivos de las transformaciones tecnológicas, que aportan muchos aspectos positivos, sin embargo.
Estamos hablando de un concepto muy viejo que hay que renovar en sus fines y métodos, para acompasarlo a las nuevas realidades y necesidades, el de la justicia social. Debe subyacer a todo contrato social. El supuestamente aún vigente contrato social se está haciendo jirones. Hay que plantear uno nuevo.
Escrito por Andrés Ortega
Publicado en eldiario.es