CONJURA CONTRA LA APATIA

Saben aquel que dice: Se encontró una hormiguita con un elefante en un ascensor y al verlo tan inmenso tímidamente la hormiga preguntó: ¿Cuántos añitos tienes? El elefante muy educado contesto: dos ¿y tú? Yo también tengo dos, pero es que he estado malita.
Desde que se anunciara la convocatoria de la Huelga General del 29 de septiembre este chiste infantil e inocente me viene a la cabeza. Si por un lado, el humor es un buen bálsamo para las heridas ¿por qué pensar en hormigas y elefantes ante una situación socio económica sin comicidad alguna? La campaña de asambleas previas a la huelga de las empleadas y empleados públicos me hizo ver claramente dos cosas: una fue el monstruo tan inmenso contra el que luchamos, la otra, la incapacidad de visualizar nuestra valía como trabajadores y trabajadoras.
Los primeros momentos de la crisis hicieron pensar en la necesidad de un cambio de modelo económico e ingenuamente planteamos esta crisis como la oportunidad de una regeneración ético-moral, donde al monstruo no se le veía tan inmenso, era especulador e inmoral y su propia avaricia parecía conducirle a su fin. Sin embargo, no ha sido así y ante una vuelta de tuerca más, hoy contemplamos pasmados y temerosos cómo el nuevo modelo de capitalismo que saldrá de ésta dejará, además de demasiados "cadáveres", una sociedad más desigual, fragmentada, dividida y polarizada en la que de un lado quedaremos la inmensa mayoría de la población, mientras unos pocos, algunos de los cuales son responsables directos de esta crisis, se frotan las manos. En julio podíamos leer por ejemplo que "mientras el número de ricos en España creció en 16.000 en 2009 y ya alcanza los 143.000, cada vez son más las personas que atraviesan dificultades para llegar a fin de mes y uno de cada seis europeos tiene problemas para pagar las facturas". La imagen es tan aterradora que se precisa conjurar.
Hay que nombrar a los monstruos
Como mi hijo me ha enseñado, los monstruos vistos de cerca no dan tanto miedo. Eso sí, hay que nombrarlos, que saber quiénes son, dónde están, de qué se alimentan y cómo se expanden. Si hacemos esto en lugar de temblar podremos, al menos, respirar y empezar a hacer preguntas fáciles y sencillas a quien debemos hacérselas como ¿por qué hay que recortar el gasto público cuando hasta ahora el conocido como Plan-E apostaba por la creación de empleo a través la inversión de las administraciones locales y el consumo familiar, por ejemplo de coches, para salir de la crisis? ¿Por qué en lugar de recortar gastos no se trata de ingresar más? ¿Por qué la crisis la estamos pagando la población más débil -"dependientes", pensionistas, trabajadores y trabajadoras- cuando nosotros no la hemos provocado? ¿Por qué nos han dividido y fragmentado a la clase trabajadora?¿Cuánto tiempo de trabajo y reducción de las posibilidades en el mercado laboral supondrá la reducción y/o desaparición de ciertos servicios de atención y cuidado para las familias y en concreto para las mujeres que son las que se siguen ocupándose del trabajo familiar y de cuidados?¿Por qué se rompen pactos con los sindicatos cuando estos han actuado de forma responsable y bajo el principio de "buena fe"?¿Por qué meter mano a la reforma laboral para abaratar y facilitar el despido si el problema está en el modelo productivo? ¿Podemos pensar que se ha acabado el tiempo de la negociación colectiva, de la negociación sectorial e incluso de la negociación?
No asumir las imposiciones y plantear dudas puede ayudarnos a contextualizar y visualizar sin complejos al monstruo, aunque es cierto que incluso así el "elefante" ha entrado como en cacharrería de modo que no podremos salvar muchos bártulos. Hay alguna posibilidad de limitar los daños ¡Si hubiera organizaciones capaces de detener al elefante antes de que siga su camino de destrucción! Los sindicatos son una de esas organizaciones capaces, sino de detener al menos, de frenar al monstruo, pero a los monstruos les gusta moverse libremente y harán todo lo posible por no tener ninguna traba aunque haya que cargar fuertemente contra el movimiento obrero.
No eran buenos tiempos para el sindicalismo de clase
El liberalismo estaba triunfando, el individualismo campaba por doquier y no se avecinaban buenos tiempos para las prácticas colectivas y lo peor de todo era esa tristeza profunda que me sumió durante casi un mes al percibir a una clase trabajadora sin autoestima alguna. El trabajo y el valor del trabajo estaba siendo desplazado y se instalaba el "sálvese quien pueda", la resignación o incluso la generosidad de aquellos que menos tienen y que son capaces de decir eso de "si estamos mal, todos tendremos que apretarnos el cinturón y colaborar".
Después de cada asambleas me preguntaba ¿es que tan poco valemos que no podamos pensar que tenemos posibilidades de frenar las imposiciones del nuevo dios mercado? ¿Es que los mercados no tienen nombres y apellidos, algunos afortunadamente ya en la trena? ¿Es que los estados no tienen ninguna capacidad más que hacer el juego al mercado? Nos levantamos cada día temprano para acudir a nuestros puestos de trabajo, domesticados, seguimos instrucciones, dejamos nuestros conocimientos, nuestras habilidades, nuestra creatividad, atención y paciencia en lo que hacemos y ¿esto no sirve para nada?
La alianza entre el Estado y el mercado a través de armas tan poderosas como los medios de comunicación y el pensamiento único, en su apuesta por el capital, parecían tener a la población contra las cuerdas. Y sin embargo, sucedió que una buena mañana de julio me desperté con la buena noticia de que las personas empleadas en Metro de Madrid habían parado la ciudad. Las trabajadoras y trabajadores se habían unido para defender lo que era suyo, lo que estaba negociado y pactado y que ahora les querían quitar. Ese día creo que Madrid se dio cuenta del valor del trabajo. El mundo no lo mueven una serie de especulaciones bursátiles, le mueve el trabajo de las personas que lo realizamos. Ese día y el siguiente las compañera y compañeros de Metro nos mostraron que la bolsa de Tokio podía decir lo que quisiera, pero que si alguien no cobraba los tickets, limpiaba las estaciones, conducía los trenes, etc., muchas personas tardarían algunas horas en llegar a sus destinos. Después vino el Mundial de Fútbol y otra vez vimos que también "los pequeñitos", los que trabajan hasta el final sumando sinergias pueden llegar muy lejos.
Entre todas y todos, juntos, podemos parar "al elefante"
Ante la convocatoria de Huelga General del 29 de septiembre, pensarnos como hormiguitas me lleva a anidar la esperanza. Las hormigas -la mayoría obreras- son pequeñas, laboriosas, invisibles, …, y forman parte de algo más grande, inmenso incluso, que puebla todos los suelos de la Tierra. Es cierto que las trabajadoras y trabajadores - estén o no en activo, sean de aquí o de allá- tenemos poco poder y quizá como nuestra hormiguita del cuento "hayamos estado un poco malitos", pero somos muchas y podemos expresarnos dejando de hacer aquello que sabemos hacer, que es trabajar. Las huelgas nos cuestan dinero, tiene consecuencias a veces no deseadas, no son la purga de Benito, pero entre todas y todos, juntos, podemos parar "al elefante".
De momento se están recortando y/o estancando los salarios, aumentando el paro, abaratando el despido, precarizando el empleo, en especial de jóvenes y mujeres, disminuyendo el colectivo objeto de la prestación por desempleo, amenazando con sanciones a las personas desempleadas que no acepten "desde el primer día" cursos de formación y poniendo en cuestión el Pacto de Toledo y nuestras pensiones, pero este es sólo el principio ¿Cuándo vamos a plantarnos para pelear por nuestros derechos laborales y ciudadanos? ¿Vamos a permitir que el elefante siga avanzando? Entre todos podemos pararlo y eso lo digo yo que soy de Muñopedro, un pueblo reconstruido a 5 kilómetros de la anterior población que arrasaron las hormigas, y quien haya estado en aquellas dehesas y haya visto el tamaño de semejantes bichos sabe perfectamente que esto no es ningún cuento.
¡A la huelga general!
Begoña Marugán Pintos / 06-10-2010.