La República.es entrevista a Alberto Garzón


Alberto Garzón Espinosa (Logroño 1985) es un político y economista español. Fue investigador en la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla. Militante del PCE, y de Izquierda Unida desde 2003, es diputado en el Congreso por dicha formación. En 2014 fue elegido como candidato a la presidencia del Gobierno de España por IU.

Alberto Garzón: “Había alternativas a lo que ha hecho Syriza en Grecia”



Muchos conocen el perfil mediático de Alberto Garzón; un economista brillante y un político conciliador casi obsesionado con la unidad popular, pero que al mismo tiempo ha sido capaz de dar la batalla interna desde dentro de Izquierda Unida para acabar con las prácticas instaladas en la federación madrileña.

Su apuesta por Ahora en Común es clara, siendo uno de los abanderados de este movimiento. No se cansa de intentar sumar fuerzas con Podemos para plantear una alternativa capaz de arrebatar el gobierno de España a la oligarquía.

Sin embargo, pocos conocen al Alberto Garzón más ideológico, ese que cuestiona el sistema capitalista desde su propia raíz, y que lucha por intentar hacer llegar al conjunto de la sociedad un claro mensaje “es necesario superar el modelo capitalista”.

Entrevistamos a Alberto Garzón.

laRepublica.es: Buenas tardes, en primer lugar, aprovechando su perfil de economista, hagamos una reflexión. Hace pocos días, se hacía viral un vídeo en el que Pablo Iglesias afirmaba que dentro del capitalismo europeo, los gobiernos tienen poco margen de maniobra, y que Podemos no podía aspirar a hacer mucho más de lo que ha hecho Tsipras en Grecia antes de dimitir. ¿Cree usted también que dentro del capitalismo existe una posible salida social?

Alberto Garzón: Buenas tardes. Creo que habría que partir de dos consideraciones esenciales para este análisis. La primera, que bajo el sistema capitalista siempre hay una disociación entre la racionalidad del mercado y la racionalidad política, es decir, entre la economía y la política, o entre el poder y el gobierno. Las políticas neoliberales de las últimas décadas han ampliado esa brecha, de tal forma que la política ha quedado ampliamente subordinada a la lógica de mercado. La consecuencia es que el mercado enmarca lo posible en política, define los límites del llamado pragmatismo. Pero eso no es una inevitabilidad histórica, sino una consecuencia lógica del desarrollo del capitalismo.

La segunda, que la globalización ha permitido, con la ayuda de las nuevas tecnologías, crear un tablero de juego en el que el capital puede, en tiempo real, valorizarse en cualquier parte del mundo a través de la especulación financiera. Impera el ciclo corto del capital (D-D’) y a él, y su lógica, queda subordinado todo lo demás, incluida la política. Naturalmente ello conlleva el riesgo –y su materialización en el tiempo- de enormes crisis financieras, además de otros efectos.

Estos dos elementos, el dominio de la valorización corta del capital y la disociación entre gobierno y poder, son el contexto concreto de nuestra época actual. Aquí es donde nos encontramos.

Eso significa que el capitalismo, en su desarrollo como sistema-mundo, encuentra obstáculos en todas aquellas esferas en la que existan impedimentos a la valorización del capital. Por ejemplo, el Estado Social. Esto quiere decir que el Estado Social –y en realidad todas las conquistas del movimiento obrero, como la propia democracia y muy especialmente el Derecho del trabajo- son obstáculos a superar por parte de la racionalidad de mercado. De ahí que las políticas neoliberales estén centradas no en disminuir el peso del Estado –esa tesis es falsa- sino en desmantelar las conquistas obreras y las instituciones políticas que pudieran obstaculizar la valorización. Siempre en aras, como comprobamos en los discursos oficiales, de mantras como la competitividad–que no es otra cosa que la participación eficiente en la lucha por valorizar capital en el mercado.

LR: Por lo tanto, a diferencia de lo que asegura la socialdemocracia, usted afirma que no existe salida dentro del modelo capitalista.

“Las tesis socialdemócratas están agotadas”

AG: En una época como la actual –bien distinta a la de la posguerra y el llamado capitalismo dorado­­- las tesis socialdemócratas están agotadas. Si uno acepta la lógica de la racionalidad de mercado, está condenado a asumir sus consecuencias y, lo que es sintomático, la inferioridad de la racionalidad política. Es decir, está condenado a asumir que en el mundo –en realidad, en el sistema-mundo capitalista- nada puede estar por encima de la lógica de mercado. Hemos visto recientemente los fracasos y frustraciones de la socialdemocracia europea, como en Francia, Grecia o España, y hemos comprobado que si el tablero de juego es el definido más arriba, sencillamente no hay espacio para la socialdemocracia.

Lógicamente esto es una grave crisis de la democracia, porque queda ampliamente deslegitimada. Al fin y al cabo, la gente empieza a ver al rey desnudo; empieza a ver, y a entenderlo intuitivamente, que los mercados –la lógica de la valorización- dominan a la política –la lógica democrática- y que eso convierte a los Parlamentos y sus instituciones en teatros de sombras. No desprovistos de funciones –de nuevo, tesis falsa- sino en meros gestores de un marco definido por arriba.

LR: ¿Cómo nos libraríamos entonces, en el hipotético caso de que movimientos sociales llegaran al gobierno central, de esa presión de Bruselas, tal y como le ha ocurrido a Syriza?

AG: No es Bruselas la que ejerce la presión. Bruselas es el espacio geográfico donde se reúnen los representantes y miembros de la oligarquía, y donde se decide el cambio institucional necesario en los países para que la lógica de mercado no encuentre obstáculos. Allí se deciden los ajustes y allí se decide la forma concreta del proceso constituyente en cada país –la adaptación de las instituciones a las necesidades del capitalismo-. Pero la presión es de la propia lógica del sistema, de su dinámica.

Y la única forma de enfrentarlo es con una correlación de fuerzas favorable. Pero no con una correlación de fuerzas política, o no sólo, sino con una correlación de fuerzas económica. Si uno tiene el control de una país con fortaleza productiva y con cierta autonomía, entonces tiene un amplio margen de maniobra.

LR: ¿Como ocurrió en Venezuela?

AG: Exacto. Una de las claves fundamentales de la Venezuela de Chávez –probablemente la mayor- fue el petróleo; y de Cuba, la compra de azúcar por parte de la URSS –a precios muy por encima del precio de mercado. Es decir, si una opción política es capaz de imponer la racionalidad política por encima de la racionalidad de mercado, entonces tendrá margen. Pero eso no se consigue con una declaración, por muy radical y ortodoxa que sea, sino con una estructura económica que sostenga esa posibilidad. Dicho de otra forma, para estos análisis hay que centrarse en la estructura económica y no tanto en los aspectos de la supraestructura.

Y España, como en Grecia o Portugal, han tenido una inserción en la Unión Europea que ha definido un creciente proceso de dependencia económica con respecto a centros económicos en el extranjero. Ninguno de los países del sur –con excepción parcial del norte de Italia- tiene una estructura económica capaz de servir como motor de un crecimiento autocentrado. De hecho, todas las economías tienen tendencias hacia el déficit por cuenta corriente, lo que implica una dependencia brutal de las importaciones y de la financiación exterior. Dicho de otra forma, para mantener nuestro nivel de vida nuestra economía depende directamente del consumo de bienes extranjeros y de la financiación exterior. Los procesos neoliberales de desindustrialización acometidos en las últimas décadas sólo han empeorado esa situación, convirtiéndonos en una economía muy dependiente. Tenemos, con un análisis más concreto, algunas ventajas comparativas en determinados ámbitos. Pero la desgracia es que la mayoría de ellos no es de alto valor añadido.

LR: ¿Qué pasos tendríamos que dar para esa soberanía económica?

AG: Lo que técnicamente necesitamos es un proceso de reindustrialización y de fortalecimiento de nuestra economía en términos de mayor inserción tecnológica. Políticamente eso no puede realizarse, de ningún modo, en la actual Unión Europea con sus tratados instituyentes neoliberales.

Las opciones son tres. En primer lugar, la salida del euro. Frente a lo que algunas tesis defienden, no supone la recuperación de la soberanía. ¿Acaso España era soberana con la peseta? Esa medida, de implicaciones inmediatas, sí supone la recuperación de la política monetaria y de sus instrumentos. Pero no modifica la estructura económica, con lo que habría que financiar las importaciones con una nueva moneda –más devaluada. Lo probable es el ajuste brutal –bajadas espectaculares de salarios y pérdida muy considerable del nivel de vida material- y, en todo caso, la esperanza de recuperarse en una década a partir de una concepción casi stajanovista del trabajo. Personalmente considero que la frustración que acompañaría sería difícilmente gestionable por la izquierda, pero mucho más fácil por la derecha y sus tesis populistas.

En segundo lugar, una alianza europea sur-sur. Se trataría de avanzar en la configuración de un nuevo sistema de integración regional, a partir de otras bases –no neoliberales, sino de solidaridad interregional. Algo así como un ALBA Europeo. De momento sólo si en Grecia volviese a gobernar la izquierda, podría estar en una disposición ideológica para iniciar ese camino. España, Portugal e Italia están lejos de ese momento. A mi juicio, es la salida adecuada.

En tercer lugar, utilizar la presión política para doblegar las instituciones europeas desde dentro. Aquí la presión política depende de la capacidad económica de cada país. España es el 11%-12% del PIB de la zona euro, mientras que Grecia no llega al 2%. La capacidad –que siempre es de chantaje- es mayor en nuestro país.

LR: Hablando de Grecia, ¿cree realmente que Syriza no tenía más salida que aceptar los recortes?

“Estaremos atentos a los movimientos de Varoufakis y de la izquierda de Syriza”

AG: Alternativas había. El llamado plan de rescate de Grecia no es una solución ni para la economía griega ni para los ciudadanos de Grecia. Sólo es una forma más de continuar un proceso constituyente dirigido por la oligarquía que consiste en desmantelar los obstáculos a la valorización del capital. Ello conllevará una mayor frustración ciudadana, porque no habrá mejora económica para la mayoría social. El tercer rescate fracasará como hizo el segundo y el primero.

Nosotros votamos que no a ese plan de rescate porque creemos que es lo coherente, pues no cabe justificar ni por imperativo legal los recortes. Si somos una fuerza rupturista, tenemos que demostrarlo y actuar en consecuencia. En todo caso, apoyamos a Syriza en la convocatoria de las elecciones, igual que apoyamos la convocatoria del Referéndum (que fue significativo). Siempre es positivo que el pueblo tenga la voz.

Estaremos atentos a los movimientos de Varoufakis y de la izquierda de Syriza. Es muy importante para nosotros que en Grecia pueda consolidarse un contrapoder de izquierdas que vaya más allá de los partidos.

LR: Cambiando de tercio, usted ha afirmado en varias ocasiones que “no sólo nos jugamos las próximas elecciones, nos jugamos las próximas generaciones, porque lo que está en disputa es un orden social”, ¿puede desarrollarnos esta reflexión?.

AG: Yo afirmo que estamos viviendo un proceso constituyente dirigido por la oligarquía, es decir, un proceso de adaptación de las instituciones jurídico-políticas a las necesidades del capitalismo actual. Lo que explicaba con más detalle al principio. La economía no se gestiona en el vacío, sino en un entramado institucional determinado; ello quiere decir que ahora mismo no elegimos sólo unos pocos diputados para gestionar nuestras sociedades sino diputados para definir el nuevo marco institucional –constituciones, estatutos, tratados europeos, rescates… Eso definirá el próximo orden social; probablemente como mínimo para las próximas tres décadas. De ahí que considere que lo fundamental es oponerle un proceso constituyente dirigido desde abajo, es decir, por las clases populares que buscamos otro sistema económico y político. La crisis de legitimidad de la democracia representativa liberal contribuye a crear un caldo de cultivo en el que se rompen los viejos relatos oficiales y la gente está más abierta a escuchar las alternativas.

LR: ¿Tiene nombre ese modelo económico y social?, ¿cuál es su proyecto?

“Mi horizonte es socialista, sin lugar a dudas”

AG: Mi horizonte es socialista, sin lugar a dudas. Un sistema donde la economía esté esclavizada a la política, donde la racionalidad política haya dominado a la racionalidad de mercado. No me interesan las cuestiones de debate semántico; me interesa que el criterio que defina la producción, la distribución y el consumo sea social y democrático y no algo tan abstracto como la rentabilidad.

LR: Y hablando de socialismo, una de las grandes señas de identidad de la izquierda socialista en este país ha sido la lucha por un estado sin monarcas, republicano, donde el jefe del estado fuese elegido de forma democrática, sin embargo, muchas personas y varias organizaciones de izquierdas han asumido el mensaje de “eso ahora no es importante”, ¿qué opinión le merece este punto de vista?, ¿acabaría usted con la monarquía de tener el apoyo social suficiente en un proceso electoral?

AG: La monarquía es uno de los pilares del régimen español, actualmente junto con el bipartidismo. Es una de las instituciones clave en el diseño del proceso constituyente dirigido por la oligarquía, en tanto que es una institución con enorme capacidad e influencia. Sin duda, la opción del bipartidismo es avanzar hacia una nueva constitución monárquica con una nueva ley electoral –mucho más regresiva- y una reforma del modelo de Estado. Todo ello junto con la adaptación institucional económica para las necesidades del capitalismo, es decir, a un modelo laboral de precariedad permanente y sistemática y con un Estado Social mucho más debilitado.

Así pues, la monarquía es parte del proceso que hay que combatir. Por esa misma razón nunca vería a la monarquía como un elemento individual, pues este proceso constituyente dirigido por la oligarquía podría ser perfectamente republicano. De ahí que no considere que la monarquía es el problema; sino parte del problema.

LR: La izquierda más ideologizada está dividida entre los que entienden que una suma de siglas y personas es ahora más necesaria que nunca dados los buenos resultados obtenidos en Madrid o Barcelona, y los que opinan que confluir con organizaciones abiertamente socialdemócratas o capitalistas es el fin de los movimientos obreros políticos en España. ¿Qué opina usted?, ¿apostaría Alberto Garzón por una suma de Podemos, Equo, Izquierda Unida, el PCE, la CUT, el PTD, el Partido Feminista y otras organizaciones para superar lo que supuso la fundación de Izquierda Unida como organización aglutinadora de clase?

AG: No pienso que el debate actual sea de naturaleza jurídica –la forma en la que se registra una candidatura- o simbólica –qué siglas aparecen en cada papeleta. El debate es de mayor profundidad, puesto que tiene que ver con los procesos económicos que subyacen a nuestra vida cotidiana y a nuestro futuro. Si estamos viviendo un proceso constituyente dirigido por la oligarquía, ¿qué vamos a opinar nosotros? ¿qué vamos a hacer?


Evidentemente eso implica definir los sujetos. ¿Quiénes somos el nosotros? ¿Somos la gente, los ciudadanos, los trabajadores, los comunistas? Y ahí es donde quiero dejar clara una cuestión. El marxismo es una herramienta de análisis que nos permite entender cómo funciona nuestro sistema económico, y ha de servirnos muy especialmente para que en cada momento concreto entendamos cómo es la estructura social y de clase de un país. Ahora bien, muchas críticas a los procesos de confluencia provienen de un marxismo fosilizado y melancólico –en el sentido freudiano, incapaces de entender qué han perdido en los últimos años. Es ese marxismo del que Marx renunció –cuando dijo Yo no soy marxista-, porque es dogma, es catecismo. A esa interpretación yo no le presto ni un segundo de atención.

Es como cuando se critica el uso del concepto ciudadano y se defiende el uso alternativo de, por ejemplo, clase obrera. O cuando se critica el concepto abajo por no usar izquierda. ¿Se critica porque hay un debate teórico de fondo o porque hay un problema de identidad? ¿Le importa a un desempleado de larga duración este debate o por el contrario prefiere morir de hambre a ser llamado ciudadano de abajo? Eso es lo que le pasa al marxismo fosilizado, que tiene un problema de identidad y se convierte en parodia de sí mismo. En realidad, no sólo es que el marxismo y el socialismo sean herederos de la Ilustración –que creía en la creación de ciudadanos. O que el significante abajo defina una fractura social, una división económica en el seno de la sociedad, que el significante izquierda no. Es peor, es que convertir los debates teóricos –sobre la clase social- en un problema semántico es pura pobreza intelectual. Y cuando se intenta reducir en 140 caracteres, más aún. Adolescencia teórica.

Respondamos pues, ¿quiénes somos nosotros? No se trata de entrar en el debate sobre quién es el sujeto histórico –o poner en cuestión la modernidad y el materialismo histórico. Lo que necesitamos es definir cuáles son las clases sociales que están en el conflicto y cómo se establecen las alianzas en torno a un proyecto político de emancipación. El mundo real no está separado entre capitalistas y trabajadores; esa dicotomía nos sirve para entender la lógica de la producción bajo el capitalismo, pero es una abstracción. A nivel concreto, como aparece descrito en el 18 Brumario, las fracciones de clase y las posiciones de clase complejizan la realidad. Yo no le veo utilidad a un marxismo esquemático y reduccionista en el que la gente se siente cómoda en su defensa simbólica pero que no sirve para describir la realidad; yo quiero un marxismo crítico, como el de Marx, que sea útil para entender nuestro mundo –y para poder transformarlo.

“La categoría pueblo puede englobar a diferentes fracciones y posiciones de clase”

Así pues, entendamos que la categoría pueblo puede englobar a diferentes fracciones y posiciones de clase que se alían en función de sus intereses en un determinado momento histórico. Y si tenemos claro que la dinámica del capitalismo aspira a arrasar las conquistas sociales del movimiento obrero, es decir, la Sanidad, Educación y Pensiones públicas, entonces hay que ver cómo nos organizamos tácticamente para defender esas conquistas y empezar a construir la alternativa. No es, insisto, un debate sobre la superestructura –partidos e instituciones- sino sobre la estructura –condiciones materiales de vida. Un ejemplo sirve. Cuando paramos desahucios, no preguntamos a quienes nos acompañan si se sienten ciudadanos, de izquierdas, de abajo, socialistas o anarquistas; sabemos que en el conflicto hay heterogeneidad desde lo subjetivo, pero nos concentramos en las condiciones objetivas. Esa es, a mi juicio, la filosofía. Y es, por cierto, lo que hizo que el PCE de mediados de los años treinta decidiera –a instancia de la Internacional- la conformación de los frentes antifascistas (en ese caso incluso interclasistas).

LR: ¿Cree por tanto que ha llegado el momento de hacer más amplia IU manteniendo el espíritu ideológico que le irradió el PCE?

AG: Sin duda, más allá de diciembre habrá que repensar la izquierda y sus instituciones. En el caso de IU no es nuevo, pues ya en 2009 se estableció la necesidad de refundarse. Aunque no se hiciera. Necesitamos instrumentos políticos al servicio de las clases populares, y ahora mismo la propia gente es la que está diciéndonos que las formas actuales de IU son claramente insuficientes. Pues el objetivo del PCE y de IU es transformar la sociedad, cambiar el mundo, no aspirar a porcentajes electorales minoritarios.

LR: Sabemos que su tiempo es limitado, no le entretenemos más, muchas gracias por concedernos esta entrevista.

AG: Gracias a vosotros.


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22/agosto/2015