De cómo se resuelva la crisis, dependerá la regeneración ética de la sociedad o su hundimiento definitivo
No
estamos en crisis. Asistimos a un cambio de era. Una tormenta perfecta
donde se dan cita múltiples elementos porque forman parte de la misma
lógica. Para explicar la crisis económica hay que acudir a la política,
difícilmente entendible sin aludir a la crisis ética y de valores. En
apenas cuatro años hemos asistido a cambios radicales en el desorden
internacional, hemos confirmado la debilidad de una Unión Europea
construida desde cimientos de barro, estamos visibilizando las
consecuencias graves del cambio climático. Y todo esto, mientras
sufrimos, atónitos, el desmantelamiento y caída del Estado del
Bienestar. El pacto social que se gestó en toda Europa tras la Segunda
Guerra Mundial ha estallado en pedazos.
En
este escenario, saltan las bombas de la corrupción en España y leemos
titulares en la prensa internacional donde se preguntan qué pasa en
España, que no pasa nada. La crisis política, agudizada por la crisis de
la corrupción, ha puesto de manifiesto elementos que, si bien ahora se
visibilizan con mayor claridad, forman nuestra cultura política
profunda.
La
indignación y el desprestigio se transforman también en desinterés,
desafección y alejamiento. Las últimas encuestas nos dicen que si
mañana, en plena convulsión por estos escándalos, se celebrasen
elecciones, poco más de la mitad del electorado acudiría a las urnas.
¿Qué legitimidad tendría entonces el gobierno que de ahí saliera? La
desafección de la política, la despreocupación por lo común, el refugio
en lo privado como si fuera independiente de lo público y el escaso
interés por lo que creíamos que no nos afectaba directamente, se
instalaron en la sociedad española como una losa. Probablemente, 40 años
de dictadura y una transición con interrogantes a medias, estén en la
base de esta ceguera.
En
coherencia con lo anterior, 31.000 personas, físicas y jurídicas, se
han acogido a la amnistía fiscal. Es decir, han pagado un mísero 3% de
impuestos por los capitales que habían evadido, mientras vemos cómo se
recortan partidas esenciales de los presupuestos públicos. El pago de
impuestos ha sido, desde hace mucho tiempo, y para buena parte de
nuestra sociedad, un mal que si se podía, debía evitarse. Pagos sin
factura, pluriempleo bajo mano... Y una buena dosis de demagogia por
algunos políticos que consideraban que bajando impuestos, crecía la
riqueza del país. Hasta que tocó gobernar, claro.
En
este escenario, la corrupción ha encontrado un excelente caldo de
cultivo. La necesaria connivencia de un número importante de personas
que colaboran, permiten o callan ante la corrupción, nos dice que son
muchos los implicados. En cada caso, más allá de los que aparecen en las
fotos, es necesaria la ayuda o al menos, la mirada distraída de buen
número de compañeros para que la corrupción se perpetúe. La avaricia sin
límites que existe en la base de la corrupción, y el desprecio por lo
público, es también la génesis de la crisis económica que vivimos.
Resulta
significativo ver cómo esa corrupción se ha producido alrededor de
capitales que giraban sobre el sector de la construcción. El mismo que
ha generado una especial virulencia de la crisis, y cuya huella son los
jóvenes que abandonaron la escuela sin titulación por el espejismo de
buenos sueldos en la obra o en familias arruinadas por la hipoteca. La
cultura del pelotazo ha hallado caldo de cultivo en una sociedad que
dejó de considerar que el trabajo dignificara.
Estos
elementos, sin descartar otros, explican qué pasa en España, que no
pasa nada: desinterés por lo público, desafección política galopante,
corrupción institucionalizada en lo político, en lo económico y hasta en
lo deportivo, y finalmente, una desvalorización del concepto del
trabajo que ha hecho de la cultura del pelotazo un modus vivendi no solo permitido, sino admirado. Se diría que España tiene un enorme déficit de capital social. Como recuerda Stiglitz,
"el capital social es el pegamento que mantiene unidas a las
sociedades. Si los individuos creen que el sistema económico y político
es injusto, el pegamento no actúa y las sociedades no funcionan bien".
En definitiva, lo que explica que en España no pase nada, es una
profunda y arraigada crisis de valores que hace de la que fue octava
potencia económica mundial --hoy en el puesto 17-- un país con pies de
barro.
¿Y
ahora qué? En este panorama de crisis de valores que ha posibilitado
una crisis política sin precedentes y que a su vez ha generado una
tormenta económica, sólo queda reinventarse. Pero ya no vale con
reiniciar. Es necesario instalar un nuevo sistema operativo que comience
recordando porqué vivimos en sociedad, porqué nos necesitamos unos a
otros, porqué somos dependientes, porqué nos interesa que el planeta
siga existiendo. La crisis de corrupción que vivimos estos días, y que
afecta directamente al gobierno, puede evolucionar de múltiples maneras.
Desde que siga sin pasar nada, hasta la convocatoria de elecciones,
pasando por gobiernos tecnócratas y antidemocráticos o a pactos
antinatura que probablemente acabarían con la escasa credibilidad que le
queda a nuestro sistema. Veremos cómo evoluciona, pero probablemente,
de cómo se resuelva esta crisis, dependerá la regeneración ética de
nuestra sociedad o su hundimiento definitivo.