La tramoya
Blog de Juan Torres López
El Obispo y el género: ¿incultura o maldad?
04 ene 2013 publico.es
Unas recientes declaraciones del Obispo de Córdoba sobre lo que llama
“ideología de género” vuelven a poner sobre la mesa las ganas de confundir y la
deriva totalitaria de buena parte de la jerarquía católica, empeñada, como en
viejos tiempo, en ver enemigos de Dios y de la Iglesia en donde
simplemente hay diferencias sobre la naturaleza de los seres humanos que todos
deberíamos contemplar con generosidad y respeto.
El Obispo parte de tener una idea bastante errónea sobre el uso que se
hace mayoritariamente del concepto de género y tergiversa algunas cuestiones
esenciales. Por ejemplo, cuando utiliza una frase de Simone de Beauvoir (“Mujer
no se nace, sino que se hace”) para decir que eso significa afirmar “que el
sexo es aquello que uno decide ser”, algo que me parece evidente que Beauvoir
nunca quiso decir.
Ser feminista o defender la utilización del concepto de género no
significa confundir a éste último con sexo (como hace el Obispo) sino todo lo
contrario. Precisamente, lo que se trata de poner de relieve cuando se habla de
género es que hay diferencias (la mayoría de ellas) entre mujeres y hombres que
NO son las consustanciales o intrínsecas al hecho de ser cada uno de ellos de
sexo o condición biológica diferente.
Al reconocer esas diferencias se percibe claramente que, no siendo
biológicas, tienen su origen en razones distintas a las que podrían derivarse
de la mera diferencia sexual. O lo que es lo mismo, que proceden de factores
culturales, ideológicos, políticos, de estereotipos, costumbres, prejuicios…
que constituyen, en todo caso, una discriminación. Discriminación que debe
rechazarse precisamente porque es impuesta, porque no responde a ninguna razón
digamos natural y que, por tanto, supone perjuicios y daños para las mujeres,
generalmente para ellas, aunque igualmente podrían darse al revés (otra cosas
es que haya discriminaciones que no están justificadas ni siquiera cuando
tengan un origen natural o vinculado a la mera diferencia sexual).
Por tanto, o es puro desconocimiento o es una maldad hacer creer que
quienes defendemos el tener en cuenta estas diferencias o discriminaciones
estamos poniendo en cuestión ningún tipo de orden natural. Y, por otro lado, es
evidente que se puede defender el concepto o la perspectiva de análisis de
género a la que acabo de hacer referencia (y que simplemente se orienta a
tratar de descubrir discriminaciones de esa naturaleza cuando se lleva a cabo
cualquier otro tipo de análisis de las personas o de la sociedad), si se desea
o cree conveniente, con la idea de Dios, porque no hay incompatibilidad ninguna
entre ello. Su utilización por muchos católicos y católicas que no ponen en
cuestión sus creencias cuando lo hacen así lo prueba.
El Obispo identifica maliciosamente el feminismo y la lucha contra las
diferencias de género con los planteamientos personales o políticos que tienen
que ver con el reconocimiento de la propia identidad sexual. Podríamos hablar
también de ello y sobre la postura que al respecto mantiene la Iglesia pero es que se
trata de un asunto que no tiene nada que ver con el punto de partida ni con los
planteamientos fundamentales del feminismo o del análisis de género. Se
encuentran en planos distintos y el Obispo los mezcla, bien por ignorancia,
bien por maldad, pero en cualquier caso confundiendo a quien lo oye. Defender o
legalizar el matrimonio entre personas del mismo, o que cualquier persona pueda
vivir libremente la condición sexual de la que se sienta portador puede ser
todo lo discutible que se quiera pero no tiene nada que ver con el género (en
el sentido al que acabo de aludir). Hay que ser muy inculto o muy mala persona
para confundirlo y confundir así a la gente.
Para poder llegar más lejos en su crítica, el Obispo (como en general
hace la jerarquía católica) generaliza y denomina “ideología de género” a
la suma de todas estas malas interpretaciones del pensamiento feminista y de
los análisis de género. Hablar de una ideología de género es una simpleza
inaceptable. O, mejor dicho, una falsedad, porque no es cierto que haya una ideología
de género. Cualquiera que haya leído un poco, que se haya informado algo antes
de hablar de estas cosas, sabe que hay perspectivas de análisis muy diferentes
que toman como referencia las diferencias de genero.
También me parece una interpretación maliciosa afirmar que quienes
defendemos el considerar las diferencias de género como algo que hay que
combatir somos “enemigos de la familia”.
En primer lugar, habría que decir que ya está bien de tanta defensa
retórica de la familia por quienes menos han hecho por defenderla: basta
comprobar que los países europeos que han tenido más influencia de la Iglesia Católica
son aquellos en donde las políticas de ayuda a la familia, los recursos que
se ponen a sus disposición y la protección que se les presta es menor. Ya
está bien de tanto cinismo.
Pero, en segundo lugar, esa afirmación resulta igualmente maliciosa
porque lo que se trata de conseguir cuando se pone sobre la mesa y se trata de
combatir la discriminación de género (insisto, las diferencias entre mujeres y
hombres generadas por perjuicios, estereotipos, imposiciones… que generan daños
y perjuicios a las mujeres) es, precisamente, que la familia funcione más
armoniosamente, que haya un reparto más equitativo de las tareas, de los
cuidados, que quienes formen parte de ella estén en mejores condiciones para
amarse y hacerse felices. Lo que es algo contra natura y lo que impide que las
familias sean un espacio que promueva la satisfacción mutua y la plena e
integral realización personal de cada uno de sus miembros es justamente el que
haya diferencias culturales injustificadas, estereotipos que hacen cargar a una
de las partes con más tareas que a las demás, prejuicios que suponen un
sacrificio inmenso para las mujeres, cuando se les obliga a vivir sin libertad
y sojuzgadas. La aspiración igualitarista del feminismo (tal y como yo la
entiendo) no es la que se dirige a imponer un equilibro conflictivo o forzado
respecto a la condición natural más o menos distinta que podamos tener las
personas de distinto sexo, sino justamente la que quiere respetarla, evitando
que dicho equilibrio se establezca en función de criterios (“las mujeres, la
pata quebrada y en casa”) que sí que son claramente contrarios a nuestra
condición sexual natural. Y que, por cierto, durante muchos años ha promovido la Iglesia Católica.
El Obispo de Córdoba hace una identificación muy torticera de los
planteamientos de género y del feminismo para identificarlos, como he
mencionado más arriba, con los que tienen que ver con la percepción de la sexualidad
de cada persona. Insisto en que no voy a tratar de ese tema (que es
completamente distinto) pero sí quiero señalar el falseamiento que supone
afirmar que según el feminismo “mi identidad sexual es una esclavitud de la que
la persona tiene que liberarse”. ¡Es todo lo contrario! Lo que defiende el
feminismo (o la mayoría de los feminismos) es precisamente que los seres
humanos tenemos el derecho a vivir nuestra identidad sexual de manera libre y
sin las esclavitudes que conllevan las diferencias que se imponen a las
personas (general y mayoritariamente a las mujeres) como consecuencia de
factores que, como he dicho, no tiene que ver con las diferencias biológicas.
Con la vieja estrategia de construir enfrente a un enemigo para
aglutinar así a las huestes propias, el Obispo de Córdoba recurre finalmente a
denunciar odios donde no los hay: “La iglesia católica es odiada por los
promotores de la ideología de género (…) que se va extendiendo implacablemente,
incluso en las escuelas”. Una apunte más en el martirologio que tan a menudo
olvida las víctimas de uno mismo pero que no tiene fundamento alguno. Yo
creo que haría mejor el Obispo en no mezclar churras con merinas. Es natural
que defienda sus principios religiosos y antropológicos, pero debería entender
que los demás tienen también derecho a defenderlos. Y, sobre todo, debería
hacer un esfuerzo por poner cada cosa en su plano respectivo, quizá
informándose un poco más, con mejor voluntad y con menos sectarismo, antes de
hablar de estas cosas. Así vería enfrente a menos enemigos y podría dialogar
más fácil y útilmente con personas con las que estoy seguro que comparte muchas
más problemáticas y soluciones de las que en apariencia hay. Lo peor que puede
hacer alguien que se considera un pastor es confundir a sus ovejas y generar
conflictos entre ellas donde quizá no existen.
Y, por último, no puedo resistirme y dejar de señalar que ha sido una
pena que el obispado de Córdoba esté tan atento a las cuestiones sexuales de
sus fieles y que no se haya preocupado tanto en años anteriores de las
barbaridades que han cometido en la
Caja de Ahorros de su propiedad los curas banqueros
cordobeses que la dirigían y que nos han costado a los españoles muchos miles
de millones de euros.