Javier Parra
Se dice que los obreros “no tienen Patria”, y a tenor de lo sucedido con la petrolera YPF nacionalizada por Argentina y la posterior reacción “patriótica” del Gobierno español saliendo en defensa de Repsol – al tiempo que recorta y machaca a las clases populares en España – la afirmación parece totalmente cierta.
Sin embargo, hubo un tiempo en que el pueblo español – sus obreros – sí tenían Patria, cierto que una Patria sin fronteras que era mucho más que un trapo, un himno o un crucifijo, que es al fin y al cabo a lo que ha quedado reducida esta España de charanga y pandereta.
Hubo un tiempo en que de todos los pueblos y de todas las razas, vinieron a nosotros como hermanos nuestros, como hijos de la España inmortal, y en los días más duros de nuestra guerra, cuando la capital de la República Española se hallaba amenazada, miles de personas de todo el mundo contribuyeron a salvarla con su entusiasmo combativo y su heroísmo y espíritu de sacrificio. Hombres de distinto color, de ideología diferente, de religiones antagónicas, pero amando todos ellos profundamente la libertad y la justicia, vinieron a ofrecerse a nosotros, incondicionalmente.
Estas palabras son de Dolores cuando despedía a quienes lo dieron todo “ su juventud o su madurez ; su ciencia o su experiencia ; su sangre y su vida ; sus esperanzas y sus anhelos…Y nada nos pedían”.
Hubo un tiempo en que el pueblo español sí tenía Patria; la de la Humanidad. La que salió de la oscuridad de principios de siglo para alumbrar al mundo y que siguió viva – aunque en el exilio – hasta que una vez muerto el dictador se le dio el tiro de gracia y se la enterró en cal viva para que nunca más viviese. La España de Picasso, de Alberti, de Lorca. La que dibujase Miguel Hernández: “Asturianos de braveza, los vascos de piedra blindada, valencianos de alegría y castellanos de alma, labrados como la tierra y airosos como las alas; andaluces de relámpagos, nacidos entre guitarras y forjados en los yunques torrenciales de las lágrimas; extremeños de centeno, gallegos de lluvia y calma, catalanes de firmeza, aragoneses de casta, murcianos de dinamita frutalmente propagada, leoneses, navarros, dueños del hambre, el sudor y el hacha, reyes de la minería, señores de la labranza, hombres que entre las raíces, como raíces gallardas, vais de la vida a la muerte, vais de la nada a la nada: yugos os quieren poner gentes de la hierba mala, yugos que habéis de dejar rotos sobre sus espaldas”.
Hubo un tiempo en que decir España sonaba más a canto de gorrión que a taconazo militar, pero el canto se ahogó con un pacto de silencio durante la Transición de la dictadura a la desmemoria, y se hizo olvidar al pueblo español aquella otra Patria que sí era suya y que no era de curas, terratenientes, militares y grandes empresarios. La nueva y desmemoriada España del postfranquismo seguía siendo un grito marcial, una bandera sin color y una marcha militar que millones de personas nunca reconocieron como suya y que hoy se intenta levantar de nuevo como un arma en manos de los vendepatrias para defender a los poderosos y seguir alimentándose de la sangre, la vida y las aspiraciones del pueblo.
Por eso, si hay una pesadilla que puede atormentar a los miserables que hoy asolan nuestras vidas es que el pueblo se lance a recuperar la Patria que un día fue pero ya no es, la Patria del amor a la Humanidad, de la paz, del progreso, de los pueblos, de la cultura, de la República.
Y es que hay para quienes ser patriota es defender un trapo, un himno o una cruz. Pero esa España cabe en un cajón, la nuestra no tiene ni fronteras.
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